Biografía del fuego by Carlota Gurt

Biografía del fuego by Carlota Gurt

autor:Carlota Gurt [Gurt, Carlota]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-08-01T00:00:00+00:00


Amor

El primer vuelo parabólico fue un lunes. Lo sé porque los lunes solían ser odiosos; siempre las clases de ruso a las siete y media de la mañana, cuando era imposible comprender nada de los casos gramaticales: dativo, genitivo, instrumental, todos embrollados en una legaña mental indescifrable, pero que sí, da, repetíamos algunos. Tú no, porque eras ruso y a ti te tocaba clase de inglés; solo debías decir Yes, absolutely. Ya se sabe, para ser cosmonauta hay que pasar por el aro de entenderte en lenguas marcianas.

Pero aquel lunes por fin cambió el horario y se nos llevaron en avión. Entonces todavía utilizaban el famoso KC-135, que se había ganado el apodo de Vomit Comet porque a menudo los astronautas en formación que se subían a él a entrenarse para la ingravidez acababan echando la pota. Me cuesta imaginar un nombre menos prometedor. Pero yo no vomité; hacía demasiado que esperaba, llevaba eones deseando liberarme de la gravedad terrestre. Tú sí que devolviste. Todavía me sorprende que quisieras hacerte astronauta, a ti que tanto te gustaba tener los pies en el suelo.

El interior era blanco, y las paredes estaban acolchadas, como la sala de un manicomio. Los lunáticos de turno entramos con el ansia de las primeras veces: las manos sudadas, los ojos como huevos fritos, y venga a tragar saliva, con esa sed que teníamos, pero no podíamos beber agua porque, claro, Vomit Comet. Éramos aprendices de locos cumpliendo el rito iniciático. La teoría nos la sabíamos de memoria: serían treinta y dos ciclos de un minuto, y por cada minuto surcando el cielo experimentaríamos diez segundos de microgravedad y diez de supergravedad; es decir, diez segundos de ingravidez y diez sintiendo que pesábamos el doble o más. Vaya, lo de siempre, que si quieres flotar también tienes que dejarte aplastar un poco; todo lo demás es inverosimilitud hollywoodiense.

Por las ventanillas rectangulares entraba una disuasoria luz invernal, pero cuatro fotones con mala baba no iban a detenernos. El avión despegó y empezó a trazar la primera parábola. Ocho mil metros de ascensión, nuestro Everest hecho de aire.

Y de repente: flotábamos.

Juraría que se me dilató el espíritu, como si de golpe tuviera más espacio para expandirse, ahora que por fin burlaba la tiranía gravitatoria. Parecíamos unos chiquillos a la hora del recreo: gritos, volteretas, carcajadas. O un rebaño de dementes, todos uniformados con nuestros monos azules a guisa de camisas de fuerza.

Aquel febrero todavía no se hablaba de la Misión, y el Nuevo Método estaba por descubrir. Aquel febrero solo volábamos cada lunes de nueve a doce y dejamos de decir que sí.

No, niet, no way. Al cabo de un año nos seleccionaron a nosotros dos. De las pruebas ni me acuerdo. Ahora me parece evidente que teníamos que ser nosotros. ¿Quién, si no? La coreana era demasiado dura para una misión como esa, lo habría estropeado todo con sus maneras de generala; el francés, por el contrario, tenía el alma de queso y se le habría fundido sin



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